Oda
A un pequeño pueblito
(Orito, el pueblo mío).
Cuando tus afanes superen tus angustias de transeúnte del laberinto citadino, y cuando la nostalgia de lo ignoto que añoramos, te acelere el paso en dirección a nuestra villa que a la sombra de sus nubes majestuosas, bajo el sol incandescente, todavía te espera amparada solo por el tremendo gusto de los niños chapoteando en las quebradas, entre charcos cristalinos que la lluvia deja atrás.
Acá te esperamos, acá en este Orito mágico pueblito, lleno de gente de todos los colores, gente llena de sonrisas, llenos todos de sus holas y hasta luego espontáneos; gente de mi pueblo y de todos los pueblos conocidos de la raza colombiana. Venidos hasta aquí con sus historias pequeñas, con sus historias comunes; pero que acá se mezclan, se funden y se transforman en el crisol de la creciente historia de este nuestro viejo pueblo nuevo.
Muy seguramente, todos aprendieran a nadar entre las espumas de jabón azul y del recuerdo de las mamás golpeando telas de colores sobre las piedras debajo del sol, metidas entre sus cantos cuando el sábalo bajaba limpio, lleno de mojarritas de ojos saltones, de botellos; de cuchitas negras pegadas a las rocas y de sardinatas plateadas que brillaban en el aire cunado caía el comején. Parecían buenos momentos, saltaban en desorden confundidas entre burbujas y garopas aplanadas, sumergiéndose en la memoria de sus gentes del futuro.
Gente que desde antes que amanezca está diciendo si a la vida, y se la pasan viviendo el cuento enmarañados entre el murmullo de los otros y de los demás; de los animalitos, de las flores y de los pescaditos de colores que saltan entre las luces de las horas que pasan lentas bajo chiparos y árboles de yarumo, y se las lleva el agua de los ríos en destellos a lo lejos.
Hasta que llega la noche con su luna grande detrás de cerro torre, y con su explosión única de estrellas que solo pueden verse desde el suelo de este pueblo. Porque desde acá se ven nubes en las noches, que no son de agua si no de polvo de estrellas, que dibujan los rizos de los bucles increíbles de la misma vía láctea. También se ve al Orión; igualmente a Casiopea y a la tenue cruz del sur parpadeando muy lejos, tan arriba que se confunde al paso de las luciérnagas.
Mientras tanto, muy adentro y muy debajo de sus tejados viejos y recalentados, la gente se duerme entre sus sueños nuevamente. Pero como si les hubiera faltado día, siguen caminando en sus fantasías, correteando por lugares a los que solo se llega con los ojos bien cerrados. Y sueñan, y viven más sus vidas, hasta que en las tibias mañanas muy temprano, el delicioso olor amargo del café recién colado, los acerca nuevamente a la escuela, o al trabajo.
Y así transcurren los días, más largos que en cualquier otra parte del mundo, porque acá el afán poco se conoce; pasan los días más puros porque acá uno todavía se puede extasiar con millones de átomos de oxígeno en su aire puro y limpio, que te hace ver más clara la forma y los colores de las cosas. Así, después se ven las aves, azulejos muy turquesa; las papayas mandarina, las flores de la poma rosa magenta o fucsia puro. Y las montañas a lo lejos, que amanecen verde claro, que en las tardes son azules y en las noches del color de las sombras y el espanto.
Así pasa la vida acá, y de cuando en cuando un atardecer de esos de película, casi todos los días. Y de cuando en cuando un aguacero de tres y más horas, con sus gotas de sabores a limón, a Guayaba brasilera, o a piña de azúcar, que salpican las hormigas pequeñitas que caminan a sus casas con sus cargas de flores y de hojas de palmeras recortadas bajo el sol.
Y después el más radiante fulgor, que todo lo calienta. Ese sol ecuatorial que de manera inesperada alumbra tanto, que derrite los frutos dulces y carnosos de los arboles silvestres. Madroños, coronillos y las guamas churimas a la orilla bulliciosa de los ríos. Y el alboroto no son otros. Son arditas son los monos, guacamayos, paletones; bandadas de loritos verdes y de micos tití despeinados, festejando entre las ramas, saltando muy arriba y muy abajo, entre bejucos las bromelias florecidas de naranja y rojo neón.
Es la felicidad de los sabores dulces de sus bosques y montañas, pegajosos caimitos redondos amarillos, pepas de guama recubiertas de algodón. Chontaduros, cananguchas, chiros maduros, pepitas de uvillas y zapotes casi rojos, re dulces tanto como la uva caimaron.
Con razón hay tanto gozo en le dosel, y como no volverse loco si el olor inolvidable del rastrojo y los caminos, te lleva hasta las huellas de los fogones de leña de las primeras casitas del colono en la montaña, donde huele todavía a comida de antaño, huele a carne ahumada, a plátanos, a yuca; todavía huele a limones y al aroma ancestral del sacha inche bien tostado entre el carbón.
Todavía las aguas suenan y los relámpagos de las lluvias salpican sobre los cantos que ruedan y en las piedras gigantescas de los ríos, entre remansos y chorreras, repitiendo sus nombres prestados de las voces de los antiguos: Este Pijilí, este es Churu yacu; este es el Guamuez. Este Orito Pungo, Luzón yaco, ese Acaé.
Agua sacra en todas partes, lagunas, chuquias, y quebraditas por dónde anda el morrocoy, pisando y repasando los pantanos de esta tierra en la que siempre llueve, y llueve tanto; que no para de caer hasta que las nubes se desaparecen y las garzas vuelven a volar.
Entonces viene el viento que baja de los andes, y con sus remolinos y sus ninfas, va llenando con la magia de la selva todo lo que toca entre las calles. Pasa entre la ropa colgada en los patios de las casas, y se mete entre la gente, entre sus vidas, en sus realidades, en sus penas, en sus frenéticos vaivenes o en sus merecidos letargos a la orilla de los ríos, o en los remansos insondables de una siesta o de un guayabo.
Muy de pronto, la magia se respira en todas partes, y ya no se sabe más. No se puede definir, si en Orito es la nostalgia, si es el presente o el futuro, o las ganas de venir de nuevo lo que te mantiene entre sus ansias. Y así pasando el tiempo, aunque te vayas siempre lejos, aunque quieras o no quieras, lo seguro es que de vez en cuando tu memoria te traerá de regreso. O quizás lo hagan tus pasos en algún momento. Puede ser mañana mismo, o que pasen muchos años; puede ser un día de estos, o seguro el día menos pensado.
Rw Pantoja
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Original.
Jueves 8 de julio de 2010. O+
Remake,3 de noviembre de 2018. para proyecto CAMPU.
Richard W Pantoja U.
Derechos con CC.
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